En un edificio, la fachada representa su máximo exponente, y en consecuencia, su sello de identidad.
La “piel” que constituye la envolvente del edificio, además de mostrar aspectos visuales como el diseño, color, textura, volúmenes, etc., también debe responder a otras exigencias primordiales como: aislamiento térmico y acústico, impermeabilidad, durabilidad en cuanto al desgaste provocado por el sol o los agentes meteorológicos, así como el propio uso a lo largo del tiempo.
Y todo ello, respondiendo a las nuevas exigencias que plantea nuestra sociedad, en términos de bajo mantenimiento, descontaminante, autolavable, etc.